Una jovencita huye de su país. En su nueva tierra decide olvidar el daño, reprimir la memoria. Durante 80 años oculta su idioma de infancia, el polaco. Sin embargo, en sus últimos días de vida sólo consigue hablar en la lengua que creyó perdida.
Cumplo años en otoño, el 24 de abril.
Mi día feliz pincelado con colores tierra y óxido. En esa misma fecha, salpican las paredes de mi barrio afiches que recuerdan el Genocidio Armenio.
Me conmueven las vidas a las cuales se les quiebra el tiempo y el espacio; que se desmoronan de un momento a otro.
Jirones de historias deambulando por la incertidumbre atroz del terreno que pisan. El efecto de las situaciones extremas sobre los individuos y los colectivos.
Mi obra es un llamado gutural, malabares para afrontar y huir en un mismo gesto.
Siglos de entrañas que se precipitan de la garganta hasta los dedos, que vibran, pujan y se alborotan hasta encontrar el modo, el lenguaje, la materia para contar.
Las pinturas muestran siluetas, multitudes desplazándose. Uno, dos, tres mil seiscientos millones y más. Números como anécdotas, nombres que ya nadie pronuncia. Seres sin tiempo en eterna búsqueda de un camino.
Modelo y pinto cuerpos, suelos quebrados, pieles marcadas. Los represento a la manera de guardas recurrentes en la piedra, que insisten en ciclos ancestrales.
Mis caminantes no son los de Le Breton. No disfrutan del paisaje. Al andar, miran sus pies, y la espalda de quien va adelante.
Son desplazados que se multiplican en una cadencia sórdida e inexorable.
“Ánimo nos daremos a cada paso/Ánimo, compartiendo la sed y el vaso/Ánimo que, aunque hayamos envejecido/siempre el dolor parece recién nacido”, dice María Elena Walsh en su “Canción de caminantes”.
En el silencio, se oye un rumor seco, como un batir de tambores lejano. Son sus gargantas cerradas. Las de mis hombres y mujeres de piedra.
· Claudia Hercman
Jorge Luis Borges – “La escritura de dios”
Julio Cortázar – "Rayuela".
Epígrafe de “El inmortal”, de J.L. Borges.
